sábado, 10 de febrero de 2007

La Paz, 30 y 31 de enero



La Paz nos recibió con lluvia, mucho caso no le hicimos y fuimos en busca del famoso alojamiento El Carretero, llegando cerca del mediodía. Se trata de un lugar muy parecido a la vecindad del chavo, tiene hasta el barril, en donde el personaje de chespirito se ahogaría porque es el desagüe del techo y donde se junta gente de todas partes. Entre los que conocimos el primer día se destaca Laura, de capital federal con quien fuimos a cenar a un bolichin de 3 Bs (1,20 $), con sopa, plato principal y tesito de coca riquísimo de postre. Parecía un bailongo con luces de colores, música muy melosa tipo cumbia y con pareja de cholos enamorados.
La ciudad es un bochinche eterno, el centro plagado de combis que gritan sobre su destino y taxis que te tocan bocina para que te subas o para que te corras. El mercado de las brujas
Presenta varios artículos típicos (tejidos y artesanías), dan ganas de dedicarle varios mates en los cordones de cada una de sus calles de piedra. Hay un museo muy bien presentado en una antigua casona colonial, gratis, que expone tejidos indígenas que llegan a tener hasta 18 siglos. Su ampliación moderna de mucho vidrio y transparencia, muestra monedas viejazas, cerámica indígena y trajes con muchas plumas (ojala estuvieras Kami conmigo para verlas).
El miércoles 31 amanecimos conociendo a dos cordobeses en el alojamiento, Santiago y Emiliano, (admiradores de Rayuela) uno de Jesús Maria, con quienes nos cagamos de risa un rato, antes de salir para Tihuanacu y el santi hacia Copacabana.
Para llegar a las ruinas subí hasta el cementerio y tome una “flota”, combi, de 10 bs. La entrada al complejo es de 80 bs (26 $) y el guía unos 10 bs en grupo lo cual vale la pena. Cierto escalofrió sentí al estar en este lugar que veía en las proyecciones de la cátedra de Historia, la pirámide ahora como un montículo en excavación, la Puerta del Sol, la plaza semisubterránea que contiene 170 cabezas (en piedra, tontos) que representa 170 grupos étnicos. Dentro del museo se expone la estela de benett o Pachamama, que no pude fotografiar pero hice unos lindos garabatos, de unos 7 m de alto que estaba en el Estadio de La Paz desgastándose. No entiendo mucho de excavaciones, pero me pareció que había piezas descuidadas y mucho que hacer y descubrir todavía (un poco de orden y poner huevo).
Hasta aquí llegaba el Titica, después hasta aquí la vegetación y los sembrados, luego la arena, la sed y el hambre. Aunque de verdugos distintos, los indígenas latinoamericanos están destinados a lo mismo.
A la vuelta hacia La Paz me baje en La Cejas, en el Alto, parte mas modesta de la ciudad. Esta Avenida parecía un hormiguero humano de los que volvían a casa y el mismo quibombo de las combis. Sin querer encontré un mirador tremendo hacia el centro, un lugarcito de rocas verdes en el cerro, única parte que se salva del hombrecito y sus precarias construcciones.
Díganle a la abuela Olga, que desapareció la Olla con la que me cocinaba milanesas, igual tome prestada de El Carretero una parecida.

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